En situaciones muy distintas y ante conflictos llenos de particularidades, hay algo que comparten la crisis financiera de Grecia, la distensión en las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, el acuerdo entre seis potencias mundiales e Irán y la mesa de negociación en La Habana, entre el Gobierno y las Farc.
Se trata del deseo de resolver las diferencias por la vía negociada.
Aunque suene un poco exótico incluir el caso de Grecia y la Unión Europea, pues a diferencia de los demás casos, no existe riesgo de un conflicto violento, las consecuencias que habría tenido una ruptura entre el Gobierno de Atenas y sus pares del Viejo Mundo pueden catalogarse de catastróficas.
No sólo para el pueblo griego sino también para el conjunto de Europa, un continente que, tras sufrir en carne propia el siglo pasado las dos conflagraciones más espantosas de la historia, cumple ya décadas con sus principales líderes dedicados a construir un espacio de convivencia política, desarrollo económico y bienestar social.
Ese esfuerzo se habría visto comprometido si las negociaciones entre las autoridades de la Unión Europea y el Gobierno griego hubiesen fracasado y conducido a la salida de ese país del euro. De modo que resulta rescatable, aún si la terquedad del gobierno de Alexis Tsipras en sacar adelante un inútil referendo demoró e hizo más costoso el acuerdo para Grecia, que las cosas se hayan resuelto por las buenas.
Claro que falta mucho por ver, pues Tsipras enfrenta una rebelión del ala más radical de su partido justo cuando tiene que sacar adelante varias leyes de emergencia en el Parlamento para cumplir sus primeros compromisos con Europa.
En el caso de Irán, la persistencia del presidente Barack Obama por hallar, en unión de otras potencias mundiales, una salida negociada con Teherán, para impedir que el país de los ayatolas estuviese en capacidad de construir armas nucleares, parece haber dado sus frutos.
Al menos sobre el papel: cuando muchos apostaban que las negociaciones fracasarían, las partes firmaron un acuerdo gracias al cual Irán se compromete a congelar sus esfuerzos por enriquecer uranio y, en la medida en que el cumplimiento de ese y otros compromisos sea verificado, las potencias levantarán las sanciones e Irán podrá volver a exportar su petróleo.
Aparte de la verificación del acuerdo, hay desafíos inmediatos como la amenaza de sectores de las mayorías republicanas en el Congreso de Estados Unidos, de bloquear la ratificación del convenio.
Pero no hay duda de que el resultado ofrece otro ejemplo de solución negociada por la vía diplomática. La administración Obama puede sumar este logro al alcanzado en el proceso de normalización de las relaciones con Cuba, rotas desde principios de los años sesenta.
La distensión, que incluye el paulatino desmonte de sanciones comerciales y financieras, debe conducir a un mejoramiento de la situación económica en la isla gobernada por Raúl Castro y -ojalá- a un alivio en la represión política contra los disidentes. Todos estos ejemplos deben servir para que en Colombia, donde la negociación del Gobierno con las Farc acaba de recibir un tanque de oxígeno, justo cuando más bajo estaba el apoyo de la opinión pública al proceso, la sociedad mantenga la esperanza de una solución negociada a un conflicto violento que lleva más de seis décadas.
Aquí también, y a pesar de los recientes y positivos anuncios, los desafíos son enormes pues el compromiso de tregua unilateral de las Farc por cuatro meses requerirá cumplimiento y verificación, y la historia reciente está llena de ejemplos de lo difícil que les resulta a algunos de los frentes de esa guerrilla, mantener sus armas en silencio, dejar de extorsionar y suspender las demás actividades delictivas de las que viven.
Pero la apuesta negociadora se mantiene y eso, como lo muestran los ejemplos citados, está de moda en el mundo.
Ricardo Ávila Pinto
ricavi@portafolio.co
@ravilapinto